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El sr. Fu

El sr. Fu

No consigo saber por qué el Sr. Fu aceptó la propuesta de aquella mujer para irse con ella a Lisboa. El señor Fu tenía una vida tranquila, pacífica y bien estructurada. Su matrimonio era aburrido, pero llevadero. Su trabajo rutinario pero efectivo y sus hijos apenas le ocasionaban problemas, pues hacía años que casi no le hablaban. El Sr. Fu se dejó ir en los ojos de aquella desconocida como Ulises por el canto de las sirenas. Pero, al menos, el héroe sabía que debía oponerse a aquella melodía. El señor Fu no fue lo suficientemente astuto como para atarse con una obligación inventada en el último momento al mástil de la realidad. La mujer lo sedujo con su sueño de viaje y él, ingenuo, se dejó arrastrar durante kilómetros tras la senda de un imposible. Si el Sr, Fu hubiese pensado un poco en las consecuencias de sus actos jamás habría conducido durante interminables centímetros de mapa. No hubiese atravesado una frontera inexistente ni hubiese atrasado una hora su reloj. Ni siquiera hubiese tomado aquella habitación de hotel, después de cruzar el puente sobre el estuario. No, el Sr. Fu no era consciente de nada, salvo de la piel de la mujer sobre las sábanas blancas y limpias.
Recorrió esa geografía desconocida como el explorador que se enfrenta por primera vez a un terreno oculto en lo más profundo del mapa. El señor Fu sacó de su interior lo que había dormido durante siglos el sueño de los justos y despertó el animalillo de los deseos, agazapado durante tanos años de rutina y pereza obligada. Descubrió que era de nuevo un hombre completo. Ni siquiera se había dado cuenta de que ya no lo era hasta que la mirada oscura de la mujer le empujó hacia adelante. Se había olvidado de sus necesidades, había encerrado sus sueños tan profundamente que ya no recordaba dónde los había dejado. Pero allí, entre la piel de aquella mujer el señor Fu recuperó la vida por unas horas. Luego todo se esfumó, como un sueño que se deshace en las brumas del amanecer. El mar gris le recordó que debía volver al gris de su vida. Pensó que el tímido sol que se asomaba sobre el horizonte era sólo un reflejo lejano de la juventud. No había salto hacia delante sino un regreso triste hacia el presente. Y lo aceptó, como se acepta el destino que se desconoce pero que está ahí, a la vuelta de cada segundo que vivimos. El señor Fu volvió a conducir sobre la cinta gris que se deslizaba veloz bajo las ruedas. Conforme se acercaban a la ciudad las manos de la mujer le acariciaban lentamente, pero no decía nada. Ella simplemente esperaba. Pero el Sr. Fu no dijo nada, ¿qué podía decir?
Se perdieron al entrar en la ciudad, tal vez para demorar, inconscientemente, el momento en que ella tomara su coche y él regresara a sus obligaciones. Por un instante pensó en no hacerlo, pero justo en ese momento llegó al lugar donde habían dejado el coche aparcado. Cuando lo miró la realidad le llevó de nuevo a su hogar, a su trabajo y a su mujer. Se detuvo junto a él, apagó el motor y se bajó, para que ella cambiase de lugar. La besó suavemente en los labios, un beso fugaz, como las horas que había compartido con ella, y se metió de nuevo en su coche. El señor Fu arrancó y se perdió entre el mar de coches, que lo absorbió en sus aguas turbulentas y le alejó hacia el anonimato.
El señor Fu recuperó la compostura, pero, cuando menos se lo esperaba, una leve sonrisa asomaba a su labios. Nadie sabía por qué, pero a veces, el señor Fu se perdía en un gris, en una palabra determinada, en el olor del salitre y en alguna mirada fugaz mientras paseaba del brazo con su esposa por las calles de la gran ciudad.

3 comentarios

la dama -

Lo de ella es otra historia. Ya caerá...

nandara -

¿Y ella? :)

Koldo -

Aquí tienes mi correo-e, La dama. Dime una dirección de correo-e y te envío el artículo de Millás. Dale una buena "rascada" a Frodo de mi parte.