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Paz

Paz

Ayer, en la penumbra del salón, un foco de lectura me abrió las puertas a un mundo de paz.

El caminante, de Jiro Taniguchi.

Pasé una hora deleitándome entre sus paseos por la ciudad y el campo próximo. Mirando la ternura de los trazos que mostraban al perro adoptado, sin más, como algo que hay que hacer sin pensar en nada más allá del propio acto.

Las callejas, los impulsos vitales, tranquilos, sin estridencias de la pequeña ciudad. La lluvia empapando el cuerpo. Los libros y los pájaros. La mujer, dulce, como contrapunto. Compañera que espera o acompaña. El cielo y su lenguaje... Los otros, con los que me cruzo sin necesidad de conocerlos, pero acabo comprendiéndolos.

Líneas limpias, simples, claras. Arabescos de vegetación que invaden el espacio o líneas paralelas que me muestran las calles y las casas de una ciudad tranquila.

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Hacía un par de semanas había leído El album de mi padre, otra obra del japones que dice tanto con tan poco. Que transmporta a mundos casi olvidados, donde el gesto, la mirada, los silencios, lo dicen todo.

Un descubrimiento que debo agradecer a mi asesor personal, mi hijo, que me está introduciéndo en un tipo de literatura tan buena como la mejor...

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Voy a empezar el último de Luis Sepúlveda.  Me encantó El viejo que leía novelas de amor. Éste no sé por donde me llevará. Abrir un libro es entrar en otro mundo, con sus leyes, sus habitantes, sus geografías.

 

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