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Medea

Medea

El teatro estaba lleno, ni una piedra sin ocupar. En el escenario Blanca Portillo nos regaló a una mujer despechada, intemporal.

Pero...,  todo tiene un pero. La puesta en escena tenía demasiadas "licencias". Yo esperaba un dramón clasico, pesado, denso, infumable. Y me encontré con una historia cargada guiños, de metáforas, con un texto dulcificado, accesible, con explicaciones de lo obvio.  Me quedé con la idea de que faltaba texto y sobraban efectos. Demasiada modernidad cuando salieron los perros, el coche, la caravana. Demasiada vulgaridad en el estilo de Agamenón y demasiada obiedad en los monologos del Centauro. En fín el arte no tiene más utilidad que la de remover nuestros sentimientos y vaya que si me los removió.

La verdad es que me produjo sensaciones encontradas, agradables y desagradables sensaciones. Me daba la sensación de que habían hecho un ejercico de condescendencia con la inteligencia de los espectadores. En fin, no soy crítica de teatro. Ni siquiera voy todo lo que me gustaría, pero disfruté de la representación, me sorprendieron algunas cosas y me desagradaron otras.

Y sigo admirando el trabajo de los actores de teatro.  Y soy consciente del trabajo y los esfuerzos que significan representar una obra como esa. Por eso aplaudí a rabiar al terminar la función, allá, a eso de las dos y media de la madrugada.

Y del entorno, que decir, que vi una estella fugaz en mitad de la representación, deslizándose entre las columnas...

La imágen es el final, el premio del trabajo bien hecho, cuando el público reconoce el esfuerzo...

 

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