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Fugaces

Fugaces

Durante varias noches he salido a ver las lágrimas de San Lorenzo. Me tumbo en la acera de las perreras, caliente el cemento del sol del día. La relativa oscuridad que me da la casa me permiten ver la Vía Lactea marcando el camino del infinito y más allá. Espiar a las estrellas fugaces tiene su encanto. Es como el juego del escondite. Recorro el arco del cielo así, como sin quererlo, sin fijar la vista en nada en concreto. Y ellas se escabullen entre la negrura, dejándome ver solo el rastro rojizo y tenua de su cola. Este año no he podido verlas demasiado bien. Apenas una pequeñas y rápidas ráfagas de luz cruzando el cielo.

Esta vez no he subido a la colina con la manta y toda la noche por delante para verlas, atraparlas en el recuerdo. Este año no he tenido ganas de permanecer hasta el amanecer mirando un cielo negro y profundo. Me digo que el próximo año haré de nuevo el peregrinaje que  durante tantos años ha sido una fiesta para los sentidos.

Ver el amanecer frío de agosto bajo la luz de las estrellas. Me digo que habrá más días como esos. Pero una voz me dice que lo que no haga hoy no lo podré hacer mañana. Nuestra vida es tan frágil e insegura...

Aún así tengo la sensación de que tendré más noches de San Lorenzo para disfrutarlas. Y si no es así, las que he vivido compensan las que no viviré...

Fugaz es la vida del hombre sobre la tierra, que dijo alguién.

 

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