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Amaneciendo

Amaneciendo

He intentado durante tres noches ver las lágrimas de San Lorenzo, sin conseguirlo. La luna lunera, las nubes y la mala suerte, supongo, me han dejado este año sin pedir mis deseos del mes de agosto. Deseos que nunca se han cumplido, pero sigo viva, lo que ya es un buen síntoma.

Las supersticiones son creencias de lo más curioso. Yo no suelo ser supersticiosa, pero ando tirando monedas a los pozos de los deseos, dando tres vueltas a una piedra y mirando al cielo para ver un grano de arena arder por la velocidad. Y voy y pido imposibles. ¡Y así cualquiera!

Los deseos deben ser acordes con el ritual que hay que llevar a cabo para conseguirlo. Por lo que a las estrellas fugaces les pido mis deseos más locos y estrambóticos. Por algo vienen de tan lejos y mueren de una forma tan espectacular.

Cuando me cruzo con un gato negro, que pasa de derecha a izquierda, mis deseos son pequeñitos, casi hasta los podría hacer realidad yo misma. A fin de cuentas un gato es algo que ha venido de detrás de la esquina y no se quemará de forma instantánea, deparando un espectáculo de luz y color tan hermoso como la fugaz estrella.

Lo único bueno que he sacado de estos tres días y sus madrugadas, han sido sensaciones en la piel. A saber: el frescor del amanecer, la limpieza del aire tras la tormenta del viernes y la luna, llena y hermosa, jugando con las nubes.

Y mis deseos siguen esperando un mejor momento para hacerse realidad... Tal vez lleguen cuando ya no los necesite, lo que sería una lástima, despues de tanto desear, no poder disfrutarlos al fin.

¿Qué qué deseo? Otro día, mi amigo, otro día te lo cuento...

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