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Muerte

Muerte

 

            La fría luz blanca, directa e inmisericorde, descubría el dolor contenido en su rostro. Postrado en la cama, el hombre moría lentamente, silencioso y solitario. Llevaba varios días así y los médicos solo pudieron confirmar que se moría sin remedio.

            Su mujer y su hija habían dejado de velar su sueño. Nada podían hacer y nada hacían. Venían juntas por la tarde y miraban aquel saco de huesos, tan amado, con ternura, pero habían borrado ya de sus ojos la pena y el dolor. Durante largas conversaciones él las había aleccionado con su teoría sobre la muerte. Ahora se presentaba la ocasión de hacerle caso y lo hicieron.

“Es inevitable, -les decía- la vida se sustenta sobre la muerte. Sin ella ninguna de las dos existiría. Desde la célula, cuya única función es obtener energía para cumplir sus funciones vitales y luego degenerar y morir, hasta las estrellas, con su inmenso espacio de tiempo vital. Todo se mueve hacia la muerte. La muerte es la esencia de la vida. Y cuando uno de nosotros caiga enfermo y ya no haya soluciones médicas, no quiero lágrimas ni gritos. Nada de lamentaciones, nada de tremendismo. Yo no pienso hacerlo por vosotras y espero que vosotras seáis también fuertes y racionales ante mi final”

 

            El enfermo abrió los ojos lentamente. Un rumor imperceptible le había despertado de su sopor. Su mujer estaba a un lado de la cama pero su vista se dirigió al otro lado. Había allí una presencia que tardó unos minutos en enfocar. Era una mujer hermosa, espléndida en su juventud y llena de vida. Haciendo un esfuerzo se incorporó en el lecho y centró su mirada en aquellos ojos que le atraían a un cielo cuajado de estrellas. El cabello le caía en cascada ondulante sobre la espalda. Se acercó a la cama y el hombre sonrió levemente al descubrir que estaba desnuda, perfecta dentro de una suave y elástica piel dorada. Su mujer veía, asombrada, los movimientos que realizaba él, muecas extrañas, movimientos del cuerpo sobre la cama y se acercó, esperando que la mirase. Pero él tenía la mirada perdida en un punto indefinido de la habitación, al otro lado. La mujer desnuda se sentó en el borde y le tomó una mano. El hombre sintió un frío intenso que le traspasó el corazón. Entendió quien era, pero no se asustó. Entonces ella le habló:

- ¿Soy hermosa? - y con un gesto de coquetería movió sus cabellos.

- Eres hermosa. Te esperaba vieja y huesuda. ¿Por qué eres tan bella?

- Es fácil serlo para ti. Siempre me has querido.

- No, yo he amado la vida como el que más.

- Cierto -resupo la mujer, cuyos pechos apuntaban dulcemente hacia el hombre, perfectos, apetecibles a la caricia y el beso.

El hombre alzó la mano y su movimiento alertó a su mujer, que le tomó la otra mano, que reposaba sobre la sábana.

- ¿Qué quieres? ¿Te duele?

Pero su marido tenía la mano sobre el helado pecho de la muerte, que le sonreía pícaramente, al contacto con su piel.

- ¿Cómo eres tan hermosa? -repitió él, deslizando la mano hacia el vientre yermo y dejándola caer sobre el suave vello negro y rizado. Era un lugar cálido y eso le sorprendió.

- ¿Cómo? ¿Por qué no está frío aquí?

Y ella, apretando la mano contra su sexo, le dijo, sonriendo:

- Aquí está la vida. Cómo tú decías, en mi está la esencia de la vida.

- Pero eso eran conversaciones y casi nadie me creía. Todos piensan que la muerte es lo más horrible, ya lo sabes. Te temen, te odian, creo que yo también tengo algo de miedo.

- No, ni una sola vez descubrí miedo en ti. Eres el único, por eso te quiero. Ven...

Y el se levantó. Cubrió su cuerpo con carne y sangre nueva, sus ojos vieron, su corazón sintió, su alma comprendió todo lo que siempre había ansiado comprender y vivió.

 

El médico certificó su muerte y su mujer, que durante esos últimos minutos le había estado observando, pensó que había muerto feliz. Luego lloró, pese a su promesa.

La ilustración es un cuadro de Yoshiro Tachibana. Lo he encontrado por casualidad, como casi todo. Me gustas sus cuadros...

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