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Tierra

Bárbaros

Bárbaros

La Edad Media en el arte es una caja de sorpresas. Como lo es el Gótico o el Rococó.

Pero en esa edad, mal llamada oscura, el hombre levantaba la mirada al cielo y lo veía azul, como yo ahora.

Y en las entradas de sus iglesias contaban historias de piedra, comics biblicos, irreverencias y burlas petreas. 

Ahora eso lo hacemos con la televisión, la prensa, la vacuidad del exceso.

Se dice que el pueblo era analfabeto. Que se necesitaban esos gráficos petreos o pictóricos para ilustrar a las pobres gentes, hundidas en la tierra hasta la cintura, sin más afán que llegar al día siguiente.  

Me suena...

La cuestión es que sus piedras nos cuentan hoy las mismas historias, pero dentro de ochocientos años, de nosotros no quedarán ni las ruinas del cemento y el cristal con que nos cubrimos...

Eran sabios los medievales.  Les envidio por haberme contado sus vidas, les admiro por haber sobrevivido a su tiempo. Es una envidia sana.

Gris Cantábrico

Gris Cantábrico

Ya de regreso, el sol me recibe después de tres días de no verle. Parece un tópico, pero así es. De los cuatro que anduve por el norte, tres fueron grises. Y el más hermoso de ellos fue el día que paseé a las orillas del Cantábrico. Comillas fue el lugar elegido para que Frodo conociese el mar y para que yo volviese a ver la inmensidad del mar. El sonido de las olas en un día que ondeaba la bandera amarilla me llevó lejos, lejos, hundiéndome en las aguas lejanas de otros mares.

Frente al ocre y marrón de mi tierra, el verde y el gris se impusieron en mis ojos. Contra el calor abochornante, la humedad y el frescor. Eso sí, de mi soledad relativa a los turistas de todo tipo y condición.

Y a las quejas constantes de los dueños de bares y restaurantes, de las tiendas de recuerdos y productos típicos. "Este tiempo no es bueno". "Como no mejore..."  "No, no hay mucho personal..." 

Pues yo vi muchos coches de acá para allá, las tiendas con gente comprando, los restaurantes con comensales... Tal vez no había aglomeraciones, cierto, pero Santillana del Mar estaba rebosante de gente, y la zona norte de Burgos, por donde me moví, tampoco estaba solitaria que digamos.

En fin, que una de dos, o hay crisis y la gente no se ha enterado aún, o los tenderos, como los bancos, quieren más y más y más... cosa razonable, desde luego, pero de donde no hay, no se puede sacar. Y si la gente gasta menos habrá menos ganancia, pero seguirá habiéndola, que a mí no me ha salido gratis la salida...

Bueno, que he pasado unos días muy agradables.

Frodo en la playa.

Fútbol

Fútbol

Yo, que ando despotricando contra ese pan y circo  moderno llamado fútbol, ayer me tragué todo el partido de España. El gusanillo en el anzuelo lo puso mi ex, que se quedó en casa hasta el intermedio. Y yo  piqué como un pez tontorrón. Me tragué la segunda parte, la prorroga y la tanda de penaltis. Y aunque estaba con el ordenador abierto y atendiendo a los perros, no perdí ripio del partido. Y cuando llegó el final, con la noche refrescando en el jardín,  me senté frente a la tele para ver el orgásmo final. ¡Y vaya final!

La verdad es que no sentí orgullo patrio, pero algo parecido sí. Me daban pena los italianos, pero me alegraba por los españoles. Los comentarios no tenían desperdicio, pero lo mejor, las caras de los asistentes, hasta nuestro bonachón rey-abuelo y la pobre reina-abuela, con cara de aburrida...  En fin, todo un espectáculo.

No negaré que "sufrí" un poco al final. Después de tanta carrera, tanto sudor y tanto esfuerzo, hubiera sido una pena que perdieran, pero lo mismo debían pensar los tropecientos mil italiaos que se quedaron al otro lado...

Siempre compitiendo, siempre intnentando demostrar ser mejor que los otros... Las tribus que no paran de enseñar pectorales frente al "enemigo"  Y, por otro lado, la sensación mental de centrarse sólo en una cosa, de que desaparezca el mundo por unos instantes hasta llegar al orgásmo final de la victoria. ¡Sí señor, como un verdadero encuentro sexual...! Ahora entiendo a los forofos y a los ultra... Descarga de adrenalina y testosterona a litros...! Por eso a las mujeres no nos gusta tanto el fútbol, nos faltan las hormonas adecuadas...

De aquí al jueves otra vez a esperar el sufrimiento. ¡Pues qué bien...!

Mientras tanto Hacienda me ha pegado un buen palo, mi hija ha terminado su carrera y mi hijo ha suspendido su tercera oposición...  Mis perros ladran y las zanahorias crecen.  La vida es lo que tiene, que no se para por un mundial  de más o menos.

 

Mediado junio

Mediado junio

Estamos a mitad de junio, en una tierra donde debería estar haciendo una solanera de mucho cuidado. Pero mi huerta no avanza por falta de calor. Lluvia tiene toda la que quiere, pero el calor no aparece. Las tomateras están ridiculamente bajas y las zanahorias prosperan. Melones y sandias apenas asoman del suelo y las cebollas malcrecen.

Esto de meterse a hortelana tiene su encanto. Sobre todo porque de pronto entiendes a los agricultores, siempre mirando al cielo. Hace dos días cayó por estos lares un pequeño granizo. Y cuando paró salí disparada al huertecillo para ver qué había pasado. Todo estaba bien, pero me hizo reflexionar sobre la incertidumbre en que viven los hombres y mujeres que dependen del cielo para vivir.

Por un lado la sensación de que las plantas "son tuyas" y de que no quieres que les pase nada, Por otro el trabajo despercidiado y las horas perdidas.  Y eso que lo mío es minúsculo y de prueba.

Por otro lado los callos y las durezas de mis manos me hablan del esfuerzo de arrancar al campo nuestro alimento. No es fácil, os lo juro. Sobre todo cuando doblas el espinazo para destripar terrones de tierra y quitar piedras y hierbas... Toda una vivencia para quien siempre anda entre libros. Sudar de los pies a la cabeza, embarrarse cuando ha llovido o esperar a que caiga el sol para poder desbrozar las malas hierbas. Acabar en el sofá, rendida pero satisfecha.

El campo es lo que tiene: Da lo que recibe aunque en esto es como todo en la vida. Un toma y daca edificante y mortificante a la vez...

FAO

FAO

He estado oyendo y viendo retazos de información sobre la cumbre de la FAO estos días. Y se me ha caído la cara de vergüenza. Se reunen los ricos del "pueblo" para arreglar el hambre de los pobres del pueblo y deciden posponer unos añitos las reoluciones más importantes. Para limpiar su conciencia hacen unas donaciones ridículas dejándoles, una vez más con el papel del caramelo para que lo chupen un poco...

No hay vergüenza, ni ética ni moral. Da igual el número de personas que mueran (millones) que los ricos siempren encuentran escusas para no soltar...

Me indigno al enterarme de la manipulación genética de las semillas para hacerlas infértiles y que al año siguiente las tengan que volver a comprar. ¿Desde cuando se es dueño de una semilla? ¿Desde cuando se tiene la patente de la vida?

Debo vivr en otro mundo, en mi mundo, pues no entiendo nada... ¿Por qué cotiza el arroz y el trigo en bolsa? Es un bien necesario, es propiedad de la tierra no de los especuladores.

Vergonzoso, indignante. No entiendo nada. Y no puedo hacer nada.

En momentos así es cuando me gustaría que el infierno existiese y porder mandar allí a todos esos sinvergüenzas que acumulan riquezas que jamás van a disfrutar...

El mundo, con toda su bellaza, no es justo ni injusto, ni siquiera Dios tiene la responsabilidad de nada (suponiendo que exista) somos nosotros, los más listos del barrio, los que la liamos. Nosotros y nuetro dinero, nuestra ambición, nuestra concepción miserable de la vida. La mezquindaz y el egoísmo... Un dechado de virtudes, vamos...

Caminar

Caminar

"el deseo se nos agranda, se nos hace necesario seguir este camino"

 

Las palabras nos rescatan del olvido. ¿Qué sería de nosotros sin esas mágicas pulgas que se escurren por el papel, negras o de colores, diminutas o gigantescas? ¿Qué sería de mis recuerdos si no tuviese folios y folios a los que recurrir para refrescar mi valdía y seca memoria?

He rescatado las palabras que inician esta nota de un correo. Las he convertido en papel, en texto real. Y luego, morosamente, las he leído con la mirada del recuerdo. ¡Toda una vida de sensaciones! Pero, también una seria reflexión sobre la vida, esa que no se puede controlar porque está hecha de sueños y mentiras. La vida que sentimos dentro, sin posibilidad de evitarla o cambiarla. Engañarse a uno mismo es una de las tareas más difíciles que debe llevar el hombre a cabo si no quiere perder su razón. Pero salvada la situación que nos llevó a ese autoengaño, las cosas deben volver a su estado inicial, a saber, la verdad personal como bandera de vida.

Las palabras, como método terapéutico para sanarnos del olvido y las jugarretas de la memoria. Las palabras, como senda por las que recuperamos tiempos, espacios, personas vividas en un pasado, que se aleja de nosotros cuando menos lo deseamos. Las palabras, dulces o amargas, suaves o ásperas... Aquí las tengo, delante mía. Como un rompecabezas las voy formando. De mi memoria visual a mi memoria olfativa, táctil, sentimental. ¿Quién niega que recordamos con palabras, que pensamos con palabras...? Las imágenes de los sueños acabamos convirtiéndolas en palabras. Los recuerdos son palabras que aún no han volado de nosotros.

Por eso, tal vez, guardo tantas palabras en forma de recuerdos.

Todos contra todos

Todos contra todos

En estos días de lluvia he leído periódicos y visto telediarios. Y compruebo que todo sigue igual. El agua no ha limpiado nada más que el polvillo de las encinas que crecen junto al camino. Lo demás sigue igual.

Da lo mismo que tarde un mes en retomar la realidad informativa. Las noticias y sus protagonístas son los mismos: el hombre y sus odios:

Israelís contra palestinos, libaneses contra libaneses, cristianos contra musulmanes, hombres contra mujeres, riqueza contra pobreza, hambre contra opulencia, derroche contra penuria, injusticias sin nombre frente a impunidades acorazadas, rusos y croatas, catalanes contra españoles, vascos contra españoles, valencianos contra aragoneses, Bush contra el mundo, el mundo contra si mismo...

Y esto es una pequeña relación de todas las barbaridades que estamos cometiendo contra nosotros mismos.

La vida sigue, arrastándose por su lodazal habitual.

Nos queda la poesía, el verde brillante de las hojas recien salidas, la sonrisa de los niños, el llanto de los bebés, la mirada amada, el azul del cielo... 

Pero a estas alturas ya no sé si merece la pena consolarse con esas nimiedades que sólo nos interesan a nivel personal y nos ayudan un poco a soportar todo lo demás.

El caos pasa junto a nosotros pero nos hemos acostumbrado a esquivarlo. Algún día, supongo, nos alcanzará el destino.

 

Escher es el mago del caos visual y del engaño de las líneas. Todo un maestro para nuestro tiempo, donde nada es lo que parece..

Se vende

Se vende

Me venden de todo: una realidad diferente con un teléfono, la juventud eterna en pastillas, leches y cremas. Me venden un mundo salvaje junto con un todo terreno, un aire limpio con un ambientador, una figura elástica con una bici. Me venden la felicidad a cambio de dinero.  Y, lo mejor de todo, es que según ellos, lo quiero todo y ¡ya!

La tentación no vive arriba, vive encerrada en una pantalla de televisión, en unos escaparates estudiados al milímetro, en una radio bocazas, en las arcas de las empresas.

Y mientras yo intento resistirme a las luces, a los milagros, a las mentiras. Pero no puedo dejar de comprar. Regreso a casa cargada de bolsas, el monedero temblando y la sensación de haber caído en sus garras.

Y eso que sólo compro comida, algo para la casa y los perros y, de vez en cuando, ropa para reponer los destrozos del tiempo en mi vestuario.  Pero siempre vuelvo con algo más de lo que necesito.

¿Por qué será?

Estructuras

Estructuras

 

Estructuras,

donde el rostro mil veces repetido

marca la vida de su dueño.

Ojos y curvas maxilares,

repetidas y únicas en el aire.

 

Miro a mis semejantes

que en nada se parecen a mí

pero son iguales a mi otro yo.

 

Estructuras de huesos y frentes,

de recuerdos atrapados al vuelo,

que recogen pasados rostros

iguales a los que ahora veo.

 

Y en el tumulto del encuentro,

nombres acumulados en el olvido

se ponen máscaras ajenas.

 

Ellos no lo saben, pero les he cambiado

su vida entera.

Ya no es el Marcos de ahora

sino el Juan de antes,

ese Juan que perdí siendo niña.

Ya no es Lucía, seria y oscura,

sino María, risueña en su canto.

Todos sois otros, otra seré yo para vosotros,

simples estructuras óseas...

Tiempo

Tiempo

Ha pasado casi un mes, unas elecciones y el tiempo.

Mis almendros van floreciendo poco a poco, por turnos. Según su situación respecto al sol en la parcela. El más madrugador es el más protegido por la fachada principal de la casa. Los demás tienen menos suerte... El destino de los seres vivos es así. Depende de dónde nazcas...

Las abejas andan laboriosas entre el romero y los almendros. Lástima que la miel me produzca ardores.

Y todo sigue igual. El tiempo pasa, deslizando los granos de arena en nuestro reloj vital. Mientras lo podamos ver, todo va bien.

Y en la imagen no hay abejas, sino las pobres y desprestigiadas avispas. Su nido de papel es un modelo de arquitectura funcional. Una maravilla, sujeta casi de milagro a la pared. Estilizadas y laboriosas, pero con una mala fama que les viene de su inutilidad para fabricar miel. La economía por delante de todo. Si nos fueran útiles, qué diferente nuestra visión de ellas.

Lo que decía, todo depende de dónde y qué seas al nacer.

 

 

 

 

Paseo invernal

Paseo invernal

El cielo se derrite en plomo. Una suave llovizna empapa el suelo. Las hojas de las encinas, las agujas de los pinos y el tomillo tapizan el suelo. Agallones, piñas y pequeñas bellotas se mezclan con la arcilla y la caliza del suelo. La primavera está aún lejana, pero el verde ya despunta en algunos lugares. Ese verde grisáceo que brilla en la mortecina luz de la tarde, promesa de otros verdes esplendorosos y vitales atraen su mirada.

Unos caminos apenas dibujados se bifurcan aquí y allá, llevando los pies a su antojo. El bosque y las grandes tierras labradas se mecen en el silencio de la naturaleza. Los lugares son reconocidos por unos ojos tristes y oscuros, que miran hacia atrás, de vez en cuando, intentando atrapar un recuerdo. El lento vagar de los pasos apenas produce ruido.

 Un conejo salta de pronto, entre unas matas y corre, ofreciendo su pequeño y algodonoso rabo a la vista. Las puntas de sus orejas, blancas y negras, enhiestas, desaparecen entre un pino y una sabina rastrera. Esta vez nadie le persigue.  Solo la mirada va tras él, sin apenas darse cuenta.

El barro en los zapatos hace pesado el caminar. De vez en cuando debe limpiarlo restregándose contra un tocón, una piedra o algún matojo. La tarde cae lentamente, mientras los ojos absorben las siluetas, los verdes, el marrón y el gris.No sucede nada.

Apenas unos viejos recuerdos se van cayendo de su memoria. No quiere pensar, pero el paisaje, tan reconocible, le obliga a recordar otras luces. El verano, el cielo azul, las estrellas y la luna. Ha conocido ese paisaje en todas las estaciones del año, en todas las temperaturas, en todas las circunstancias. Y no puede o no quiere olvidar.  

Tiene que salir del ensueño, regresar. Abrirá una puerta, entrará en un espacio familiar y acariciará viejos libros. Pasará el tiempo y su corazón nunca dejará de sangrar recuerdos y sueños que se desharán como desaparece la niebla bajo los rayos del sol nuevo.

El fideo

El fideo

Hace tiempo que un fideo

atormenta mis comidas.

Es un fideo normal,

ni largo ni corto,

ni ancho ni estrecho,

tiene la justa medida

de un fideo vulgar. 

Este fideo tiene

una manía especial:

no se deja comer,

se las apaña para escapar

a su instante final. 

Sentada frente a mi sopa

apuro el plato golosa

y entonces, el muy traidor,

aparece de sopetón. 

Ahí está, risueño y burlón,

ni gordo ni flaco,

ni corto ni largo.

Dispongo la cuchara,

preparo el paladar...

el muy astuto me mira

y desaparece sin más. 

Miro y remiro;

el traidor escapó,

pero estoy segura, ¡lo sé!,

que en la próxima sopa

volverá a aparecer.  

¿Cómo atrapar

este fideo tan informal

que se burla sin piedad

de este pobre mortal?

¿Dónde se esconde

cuando en mi plato no está?

 Seguro que un día,

cuando me canse de la sopa,

su visitante descortés

me gritará que quiere volver... 

Será ya tarde,

pues una patata frita,

dorada, sabrosa y crujiente,

aparecerá junto a mi filete

y no se dejará pinchar...                      

                                                                                                                     

Una más del cinturón

Una más del cinturón

Ya. Por fin tengo a tiro de piedra la catedral del consumo. Bueno, más bien la capilla, que grandes las hay más grandes. Y no paran. Ayer me llevaron a verla. Lo digo por que yo, voluntariamente iré cuando necesite algo muy concreto. ¿Cómo no voy a necesitar algo de vez en cuando?

Pero ya me han dicho de alguien que en cuatro días que lleva abierto, ha ido cinco veces...

En fin, que cuando todo esto se acabe, dentro de algunos decenios, siglos o milenios, ya no tendré nada que decir. 

Se acabó. Mi pequeña ciudad adoptiva ya está más cerca de Madrid. O Madrid está más lejos, por que ya no hará falta ir allí. Hasta hace unos años era una ciudad cómoda, habitable, hasta un poco provinciana. Y me gustaba. Pero está visto que tendré que emigrar a Soria, último reducto de la vieja España rural. ¿Tan malo es sostener el buen estilo, la clase, la calma...?

Esto me recurda la expansión del imperio romano. Uno tras otro iban devorando pueblos, ciudades, paises.... Ahora nos colonizan de otra forma. Tan insustancial y vacía que da miedo. Al menos ellos dejaron su idioma, su ingeniería, su arte copiado y sus leyes. Pero esta nueva y lenta invasión de centros comerciales, ¿qué nos deja?

Lo único bueno que he sacado es que hay  salas de cine, un montón, entre las que han colado unas pequeñitas donde pondrán pelis de esas que solo se podían ver en los Princesa y los Renoir. ¡Eso me gusta! De hecho ya le he echado el ojo a una para ir el sábado. ¡Que Dios me ampare! Como cumplan mis espectativas me voy a arruinar en cine. Tango tantas pelis "raritas" pendientes de ver...

 

Descanso

Descanso

Despues de dos años he vuelto a las Tablas de Daimiel. Seguían prácticamente secas. Mantienen unas zonas innundadas para los pocos animales que se dejan ver al atrardecer.

Llegué a media tarde, cuando el sol comienza su descenso. Los turistas regresaban de sus rutas y yo la comenzaba. ¡Siempre a contracorriente! Paseé lentamente sobre las viejas maderas y miré las aguas estancadas, los lodazales y los infinitos carrizales. Cuando ya se ponía el sol los pájaros, los patos y las personas comenzamos a recogernos. Una algarabía de voces, de cantos, un ruido de hojas secas aplastadas bajo las patas delicadas de los que hacían su cama para pasar la noche entre los carrizos y los juncos. Sobre el cielo rojizo unos grupos de garzas negras regresaban, con sus flechas de vuelo, sombras negras estilizadas y coreográficas en el cielo. Fue una sensación de paz, de felicidad. Las aves planeaban sobre mi cabeza, muy por encima, haciendo circulos amplios, hasta que se alejaban  para descender a sus zonas de descanso.

Conseguí la paz interna que necesitaba, como las Tablas necesitan lluvias intensas para recuperase... Ojala llueva mucho este otoño, para que la primavera vuelva a traernos un manto de agua y vida.

 

Cuento

Cuento

 

EL VENDEDOR DE TIEMPO

Hay en mi ciudad un curioso personaje. Es un hombre de mediana edad del que casi nadie sabe nada, Pero tiene un don especial y es su capacidad de escuchar. En las tardes suaves de otoño o en las cálidas y luminosas de primavera suele sentarse en un banco del parque. Siempre elige el mismo, el que está cerca de la fuente, bajo el sauce. La gente, cuando le conoce acuden a él. Pasean disimuladamente, esperando que el banco se quede vacío, a que termine el que está sentado al lado del oidor. Entonces se sienta a su lado. Es una regla no escrita entre la gente que lo conoce, todos deben esperar su turno, sin dejarse ver para no poner nervioso al que está utilizando el banco y su particular personaje. Es una zona reservada para las intimidades. Yo, que me enteré por casualidad de aquella costumbre, comencé a frecuentar el parque, aquella fuente, aquel sauce. No solía estar por las mañanas y era entonces cuando yo me sentaba en el banco, intentando coger el valor necesario para regresar por la tarde y descubrir, por mi misma, la esencia de aquel hombre.

Por fin, un día, tuve el valor suficiente y lo hice. Pasé varias veces delante del banco en el que estaban sentados nuestro oidor y un chico joven, apenas un niño aún. El muchacho reía, gesticulaba, miraba al hombre de vez en cuando, se le veía feliz. Por fin se marchó. Como no había nadie cerca decidí probar suerte. Me senté a su lado y le saludé: "Buenas tardes". El hombre me miró y comprendió que era la primera vez que estaba allí y me contestó "Buenas tardes, por favor, la próxima vez no espere que le conteste". "Quisiera saber que es eso tan maravilloso que hace usted". El hombre no me contestó. Yo, extrañada, le miré intensamente, esperando su respuesta, pero no llegó. Ya me habían dicho que era muy raro, pero no pesé que llegara a tanto. Después de hacerle varias preguntas, casi retóricas, desistí de esperar ninguna respuesta. Le dije, dando por terminada mi estancia en el banco: "Me alegro de haberle conocido. Si alguna vez necesito de usted, vendré a verle." El hombre me miró con una ligera sonrisa en los labios y me dijo: "Seguro que me necesitará y aquí estaré, para ayudarle."

Pasó el tiempo y yo seguí hablando con la gente que le frecuentaba. Solo descubrí que el hombre simplemente escuchaba a los demás. Jamás daba su opinión sobre nada, apenas intercambiaba unas frases de saludo la primera vez. Tampoco contestaba a ninguna pregunta, retórica o no.

Mi vida transcurría tranquila hasta que un acontecimiento la trastocó completamente, dejándome en un estado de estupor y asombro del que no podía salir. Al cabo de unas semanas de encierro voluntario pude salir a la calle y, con las pocas fuerzas que tenía en esos momentos, me acerque al parque y al banco. Era una mañana de otoño, triste y amenazante de lluvia. Tenía la esperanza de encontrarle allí, pero tuve que esperar, sentada en el frío banco hasta la tarde. Ni siquiera tenía ánimos para ir a comer al bar más cercano. Cuando daban las cuatro en una torre cercana, el hombre apareció, paseando tranquilamente, y se sentó junto a mi. Nada más hacerlo le dije "Buenos días. Ya sé que usted no me va a contestar, pero quisiera hablar un rato con alguien." El hombre no se inmutó y yo continué hablando. Hablé tanto que la noche, ya prematura, nos fue envolviendo lentamente. Cuando apenas quedaba luz en el parque y las farolas llevaban un rato encendidas, le pedí disculpas por haberle retenido allí durante tanto tiempo y me marché. Comprendí, entonces su utilidad. Las alegrías y las tristezas, los deseos, las fortunas, los desastres, todas las miserias y grandezas del hombre solo necesitan de un poco de tiempo y un oído amigo para dejar de ser tan importantes, tan dolorosos, tan efímeras. Aquel hombre lo escuchaba todo. No juzgaba, no preguntaba, simplemente absorbía aquello que se le decía, atentamente, con respeto. Durante una larga temporada continué yendo al parque, hasta que, poco a poco, tomé de nuevo el pulso de mi vida. Me fui serenando y las visitas al banco se hicieron más placenteras. Por último yo misma me senté en un banco, una mañana de principos de primavera. La primera persona que se sentó a mi lado me dijo: "Buenos días, ¿puedo hablar con usted?" "Si, le contesté, pero la próxima vez que venga, no espere que le conteste."

Ahora, en mi ciudad hay un hombre en un banco y una mujer en otro, en el mismo parque, cerca de la fuente, bajo un sauce, cuya única finalidad, en los largos días de verano o en los fríos y cortos del invierno es la de escuchar. La gente nos conoce y viene a nosotros solo con su palabra. Los dos las recogemos y las guardamos en nuestra memoria, alejandoles de sus  miedos y temores, fomentando sus alegrías, dando un poco de tiempo a quien no lo tiene. Así sucede en mi ciudad.

Amarillos

Amarillos

Es una obviedad. Estamos en otoño. Las hojas del paraíso y del almendro caen. Tiñen de añarillo sucio el suelo. Es una alfombra para que el invierno repose sus frios pies. Quedan en verde los pinos, las encinas y las arizónicas.

Se han perdido los amaneceres suaves y el aire sale ya caliente de la primera bocanada que doy al salir a la calle.

Pero los días siguen gloriosamente claros, con un sol que cambia de tono y se va a dormir cada vez más pronto.

He nombrado a la casa, por fin. Ahora ya vivo en una isla. La isla de la espera, de la partida y del regreso, la isla de Penélope, el origen del viaje, el punto de llegada. Itaca es uno de los lugares donde la vida pasa, se detiene, espera, concluye.

Llega el otoño, con la melancolía del que pierde para poder ganar.

Escucho: el azul y el amarillo hacen el verde. Ahora es el amarillo cayendo quien prepara el verde. Pero hay que esperar. Y mientras esperamos debemos seguir viviendo. O perderemos la mitad de la vida esperando. Y eso es un desperdicio que la naturaleza no perdona.

 

A la niña muerta

A la niña muerta

Si cree en Dios, a Él se encamina.

Si no, regresa a la tierra que tanto amó.

Hay muertes suficientes

para que cada uno encuentre la suya.

Hay tantas formas de morir

como hombres diferentes.

No existe muerte injusta, prematura o inmerecida,

Sólo hay una muerte al final de la vida.

La vida se escurre en nuestras manos,

pero no sabemos su caudal.

Escrituras

Escrituras

Una tarde cualquiera de verano voy al parque de mi ciudad adoptiva.

Me siento en un banco y miro a mi alrededor. Un muchacho escribe poesía en la plazuela. Me produce una cierta ternura, un punto de instinto maternal. Es tan delicado, con sus cabellos rizados y rubios, con su juventud... ¿Qué hay en su cuaderno? Me quedo con ganas de verlo.

Un poco más allá una joven madre, con dos niños jugando a sus pies en la arena, escribe en una libreta.  No es frecuente ver una imágen así. ¿Qué hay en su cuaderno? Me quedo con ganas de saberlo.

Yo, sentada frente a ellos, escribo en mi cuaderno. Recogo las impresiones que me producen, mientras el tiempo desgrana sus minutos lentos. ¿Qué escribo en mi cuaderno? Me quedo con las ganas de releerlo.

 

Regresos

Regresos

Regreso desde el silencio de más de un año. Tengo ganas de retomar la vida poco a poco. Espero encontrar los amigos que hice paseando por las praderas del unicornio.

Aunque estemos entrando en el otoño, recuerdo la escarcha del invierno pasado. Un largo y triste invierno que ya pasó. Ahora, pasado el verano espero la dulzura del tiempo de hojas amarillas.