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Ritos de paso

Ritos de paso

Levanto la mirada al cielo ya casi gris del atardecer. Una llamada conocida atrae mi atención. Son mis queridas grullas que sobrevuelan nuestras cabezas. Dos puntas de flecha perfectas se recortan en lo alto. Me paro hipnotizada, como todos los años y sigo su vuelo. Planean y vuelan a un tiempo, descansando durante uno o dos segundos, impulsándose luego con dos o tres podrosos aleteos. Y no puedo evitar sentir envidia de su instinto, que las lleva lejos, muy lejos de aquí.

El calor del día me hace dudar de las fechas en las que estamos. Pero ellas, sabias como el tiempo, saben que hay que irse, que el invierno llegará pronto, aunque lo contradiga el sol radiante que ahora mismo entra por la ventana.

Esta mañana me parece casi irreal la visión de ayer. Como me lo parecen los paraísos perdiendo sus hojas bajo el calor excesivo de estos días en que aún puedo pasear en manga corta, yo, la más friolera del barrio.

Y la lluvia que no aparece y la hierba agostada que espera ser quemada cuando el agua haga su presencia gris y triste.

Por un lado deseo que llueva, el suelo lo necesita, las plantas lo necesitan. Por el otro adoro estos días prestados de verano. ¡Incongruencias!

Las grullas lo saben. Deben marchar ya o les pillará de sopetón el frío y será demasiado tarde para ellas.

Siempre he pensado que a los hombres nos falta una cierta inteligencia que los animales tienen: la instintiva. Tal vez si le hicieramos más caso nos fuera mejor.

¡Qué palabra más hermosa: instinto!

 

El Cabo Norte

El Cabo Norte

Me dicen que J. ha hecho uno de esos viajes que una quisiera haber hecho, estar haciendo o hacer en un futuro no muy lejano.

Un viaje hacia el gran norte, el de los largos días y las interminables noches, cabañas y frío, miles de kilómetros y una aventura domesticada. También lo imagino como un viaje interior, como el de Ulises. Un viaje-ida-reencuentro con uno mismo.

Es curioso como las cosas que pensamos y deseamos se mezclan con las cosas que desean y hacen otros. Todo está hecho y vivido por otros. Pero eso no quita para que nosotros queramos vivirlo o hacerlo. Será nuestro propio viaje interior, nuestra huida y nuestro reencuentro el que haremos.

Andaba yo estos días pensando en ir a Estambul. Más bien en cruzar el Bósforo con mi coche. Eso sería algo así como lo de Lisboa, pero a lo bestia. Miles de kilómetros, varios paises y un largo mes de carreteras secundarias.

No sé si lo conseguire, pero es, de nuevo, una meta a cruzar. Una meta impuesta voluntariamente, una ilusión y un deseo por cumplir.

La vida y sus avatares serán las que me limiten o permitan hacer ese viaje en busca de una odisea personal, donde Ulises se quedará en casa y será Penélope la viajera. Mientra llegue el tiempo para que eso suceda, tejeré un tapiz con el mapa que deseo cruzar algún día...

Cada uno tiene sus motivaciones para soñar. Cada uno tiene sus motivaciones para conseguir que se cumplan esos sueños.

El Cabo Norte, en Laponia (Noruega)

Un gato en el trigal

Un gato en el trigal

Pues sí, un precioso gato negro en mitad de los rastrojos de un trigal, con sus pacas de paja alineadas... La luz amarillenta del atardecer daba unas tonalidades doradas al paisaje. Y el gato, sentado feliz y tranquilo recogía los últimos rayos de sol vespertino.

Hay momentos así. Momentos en que la vida se detiene mientras contemplas una nimiedad, una imágen efímera de belleza sublime.

A veces creo que somos demasiado ciegos, demasiado rápidos, demasiado sordos... Y a nuestro alrededor nos perdemos tantas cosas...

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Paseo al atardecer con unos o con otras. Los días se acortan y el calor comienza a remitir. Menta anada recuperándose lentamente de su afección cutánea (ellos también tienen dermatitis) Hoy la llevo a que la medio operen, pues la recuperación es muy lenta, demasiado para que sea bueno. Entre Frodo  y ella llevo todo el mes de septiembre liada con los veterinarios.

Si es que no lo consigo... Pero luego, cuando al levantarme por la mañana veo a Menta a los pies de mi cama y a Farah a la entrada de la habitación me siento la mujer mejor protegida del barrio. Y eso es mucho...

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Me río yo de la crísis...

Me río yo de la crísis...

Y lo hago por no llorar. Ando pagando este mes los excesos del verano. Vamos, que la bancarrota asoma a mi puerta y todo por querer disfrutar un poco de lo poco que tengo. Pero está visto que en cuanto te descuidas y aflojas un agujero del cinturón, ¡zas! a los dos meses estás a dos velas (o a una sólo, que es peor...)

Esto es como lo de Grecia o lo de Portugal, o lo nuestro mismo. He pensado que me llegaba y lo único que me ha llegado de regalo, encima de lo que ya arrastraba con las terjetas, las rebajas y las saliditas a destiempo, hermosas y felices, pero que ahora hay que pagar, ha sido una multa por exceso de velocidad. En la A2, justo la noche que regresaba de Lisboa. ¡Con lo cansada que venía, como para mirar lo de los 80 por hora, si lo único que quería era llegar a casa cuanto antes...! Menos mal que no había perdida de puntos. Y me repatea, porque yo suelo ir a una velocidad prudencial, pero esta vez me he pasado por 22 km, que tampoco es mucho, la verdad... pero...

Encima me llega la carta más tarde de lo debido, con lo que no puedo pagar la mitad por pronto pago, que también tiene mandanga el asunto. No sé si puedo recurrir o no, dado que parece ser que se me ha pasado el plazo para todo, excepto para pagar a tocateja...

En fin, que encantada de la vida ya estoy, ya, pero hasta las narices de la rebaja del sueldo y la subida de las cosas, que cada día lo noto más y me llega para menos. Y eso que dejé de fumar...

¡Loado sea Dios que castiga nuestra felicidad con un 10% de IVA.

Y va y me lo aplican todo en el mismo lado... en el monedero, donde más duele...

Pues nada, caminito de la Acrópolis, me veo, o del Golgota...

Dice mi amiga A. que todo pasará, y yo me sonrío, por supuesto. La cuestión es cómo saldré de esta mi crisis particular, que a los políticos y a los banqueros ya les sacaremos entre todos...

 

Octubre

Octubre

Mañana comienza octubre. Así, como quien no quiere la cosa. Ya han pasado tres semanas de septiembre, entre el ir y venir de libros, cuadernos y niños nuevos.

El curso se precipita hacia las navidades. Llevo ya un tiempo pensando que los días se me escurren suavemente entre las manos, como un puñado de arena fina. Tienes la sensación de haber tomado un enorme puñado de ella. Días y días sin fin, que tardarán mucho tiempo en desaparecer. Pero no es verdad. Se escurren de uno en uno, cada vez más rápido. Y no vale apretar los puños para que la caída sea más lenta... Cuando menos queda en las manos más rápidas se van...

Y se me escapan los días, los meses, los años. Debe ser la cuesta abajo de la vida, esa que indefectiblemente nos acerca al final.

Pero las tardes son hermosas aún. Paseo con los perros con calor exagerado aún. La luz ya amarillea, pero el calor aprieta. Y los mosquitos nos atormentan y las moscas se pegan a la piel, haciéndome bailar el baile de Sanvito... Y a ellos rascarse los ojos con las patas delanteras.

Y subimos por el camino, lleno del polvillo blanco que los caminones y los coches van levantando y la lluvia aún no ha limpiado.

Son tardes hermosas, tranquilas, en las que los veranenantes han desaparecido, dejándonos el campo para nsotros solos. Tal vez algún disparo perdido en la lejanía y el ladrido de algún perro triste y solitario en su parcela, esperando el fin de semana para poder berber agua fresca y un poco de comida, y tal vez, solo tal vez, recibir una caricia despegada de un dueño poco cariñoso.

Así hemos llegado hasta aquí.

 

A vueltas con Frodo

A vueltas con Frodo

Y yo que esperaba uno o dos meses de tranquilidad... ¡Al carajo mis deseos! Frodo desarrolló una especie de dermatitis en abril y hace dos o tres días se le ha recrudecido. Y de un día para otro, el problema se ha salido de madre. Le he tendio que poner el collar isabelino y dejarle dentro de la casa para que el vendaje y la crema hagan efecto.

Frodo es tan bueno, que se deja curar con más paciencia que una persona. Tengo que inyectarle agua a presión en los dos orificios que se le han abierto. Y meterle crema con otra jeringuilla. Taparlo todo y sujetarlo, malamente, con esparadrapo. Y evitar que se lo quite a lametones, de áhí el collarín.

¡Mi tontorrón!

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Me encuentro en la veterinaria, a la que he ido a consultar  lo de Frodo y traerme sus medicinas, con la pequeña Sekina, una alumna del primer años en ésta mi escuelita. Creo que ya os he hablado de ella. Su vida ha dado algunos giros, pero la madre ha encontrado un trabajo en Alcalá y allá que se han trasladado. Y como corresponde a una mujer que ha luchado por rescatar a una niña prácticamente ciega de un destino bastante cruel e incierto en Gana, me las encuentro con una perrilla mestiza, de dos años. Rescatada del lugar donde la tenían atada de forma permanente...

Esa perrilla fue una estafa de la que yo tenía ya referencias. Lo que no sabía es que fue el animal indefenso el que pagó la estafa. La compraron por internet, creyendo que esta una boxer de pura raza. Y lo que era y es no tiene nada que ver. O sí, pero como una parodia de boxer. Pequeñita, con el morro a mitad de ser de boxer y a mitad de ser... ¡qué sé yo! Como siempre, con este tipo de animales,  es una perrita cariñosa, encantandora, dulce incluso...

Y Sekina sonrie al verme y me muestra orgullosa su compañera de juegos, que les ha destrozado más de una y más de dos cosas en casa, pero que ya "va madurando". Lo que desde luego se ha ganado ha sido el amor de sus dueñas.

Y un futuro.

Menos mal que aún queda gente buena... con cuenta gotas, pero aún quedan.

Mi perro tontorrón... ¡éste si quer es el guapo de la casa, para qué negarlo!

 

Uno de tres

Uno de tres

Comienza el curso con los peques. Uno de tres, porque ya sólo quedan tres años para poder jubilarme. Al menos eso espero. Y no es por que sea una vaga redomada, una insolidaria no una de tantas cosas como se nos achaca ultimamente a los maestros y profesores. Es porque llevo trabajando 33 años, ya más de la mitad de mi vida. Y por que creo que ni mi estado físico ni el mental me permitirán estar más allá de los 60 al pie del cañón. Es evidente que lo que quiero para mí lo quiero para los demás. Hay trabajos que no son soportables más allá de esa edad. Trabajos duros, agotadores, desgastadores de personas. Pero claro, eso el gran capital no lo entiende. Como tampoco muchas personas entiende que trabajar con niños o adolescentes puede ser tan agotador o más a nivel mental que otros trabajos más físicos.

 No es que quiera justificar lo que hago y cómo lo hago. Hago lo que me gusta, lo que mejor sé hacer. Y lo hago lo mejor que puedo. Pero ya voy encontrando mis limitaciones. Y eso me duele, porque, en cierta forma, influye en el trabajo que realizo con los alumnos.

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El primer día con los peques, ayer, me encontré con la sensación de haber estado sólo unos pocos días lejos de ellos. Era una situación extraña, como si el tiempo entre la última clase de junio  y la primera de septiembre no hubiese existido.

Y, curiosamente, este verano ha sido muy especial para mí y mis pequeñas familias, la humana y la perruna.

Una de mis peques se ha casado (no me hago a la idea, me suena tan raro...). Y uno de mis perros ha sucumbido a la enfermedad. He ido dos veces de vacaciones, cosa poco frecuente en mí.

Y me he incorporado al trabajo con un cierto ánimo, cosa que me agrada.

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Un nuevo curso, con los viejos problemas de siempre.

Un pequeño trabajo de plástica.

 

 

Desde las estrellas nos miran

Desde las estrellas nos miran

He mirado, por curiosidad, en qué día de la semana caía tal día como hoy hace diez años. En martes. Me recuerdo viendo la televisión asombrada. Como siempre tardé en ponerla. Alguien me llamó por teléfono para decirme que si lo estaba viendo. ¿Viendo el qué? Viendo en directo la muerte y la destrucción. Si algo me sorprendió en ese momento fue el silencio absoluto de las imágenes. Es sorprendente como la ausencia de sonido hacía más intensas las imágenes.

Nunca entendí por que se censuró la banda sonora del desastre, sonidos que todos conocemos de las pelis americanas. Esa ausencia de referencias sonoras daba un gran espectáculo al estilo americano. Con sus exageracinones en cifras de muertos (bastantes fueron, demasiados) y sus especulaciones.

Y cuando todo acabó, con esa caida literal y metafórica de los dos gigantéscos edificios, del orgullo de una nación, del simbolo del poder econcomico de un país, apagué la tele. Apagué la realidad, como siempre hago.

Esa noche, como tantas otras, miré a las estrellas. Entonces no estaba Urko para acompañarme, como tampoco está hoy. Ni Frodo, ni las hembras. Ningún perro andaba entonces a mi lado para contemplar un espectáculo que se repite todos los días. Así que las ví en el silencio de la noche, en un patio minúsculo en comparación con el jardín que ahora tengo. 

Y me viene a la cabeza el desastre del Japón, también terrible.

Creo que todos los muertos tienen que terminar ayudando a brillar a una estrella. Sobre todos los muertos inocentes, los niños y los perros. Porque sí, hay muertos inocentes, que se encuentran en el lugar menos adecuado y en el tiempo más inoportuno.

Pero como siempre digo, nuestro destino está escrito en las estrellas, esas mismas desde las que nos sonrien los buenos hombres, los niños y los perros y los gatos que murieron sin saber por qué.

Es lo que tiene el destino caprichoso, que no hay reglas a las que se pueda ajustar...  

Sintra

Sintra

He pasado dos días en Sintra, un pequeño y precioso pueblo portugués, patrimonio de la humanidad según la Unesco.

La verdad es que es un sitio muy bonito, demasiado turístico, con unas cuestas tremendas y palacios, palacetes y caserones impresionantes.

De hecho he dormido en un palacete de principios del siglo XX reconvertido, con poco acierto, es vedad, en casa rural.

El entorno tiene una serie de palacios de la época del romanticismo portugués. Palacios eclécticos en su estructura, con grandes influencias orientales, medievales y renacentistas. Todo un coctel de arte imitado.

Me dejó sorprendida la vegetación atlántica, con begonias enromes, tan gallegas ellas, palmeras, pinos, eucaliptos, abetos y un sin fin de pequeñas plantas cargadas de flores que prosperan gracias a la humedad del mar, que se adentra en el interios de la punta de la nariz del mapa. Y el mar, tan fascinante como siempre, a tan sólo 12 kms. De hecho lo veíamos desde lo alto de la colina sobre la que se asienta el palacio da Pena, uno de los edificios más singulares que haya visto jamás.

Se nos han quedado muchas cosas por ver en la zona, lo que nos hace pensar en regresar el año que viene, con un par de días más por delante, para patearnos Lisbos capital, que entusiasmó a mi peque y para bajar al Algarve, mi próxima meta.

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La muerte de Urko sigue estándo presente, minuto a minuto. Y como me ha dicho mi vecina C. jamás se me olvidará. Tiene razón. Nuestros muertos, personas o animales queridos, no se olvidan. Por lo que nunca terminan de morir para nosotros. Yo recuerdo a mis perros muertos o dejados en manos ajenas. Y recuerdo muertos allegados y no tan allegados que han pasado por mi vida. Y también recuerdo muertos en vida, esos que se han alejado de mí vivitos y coleando, pero que para el caso, muertos están.

No sé cuales me duelen más, si los reales o los metafóricos. Y aunque parezca que a estos ultimos los puedes recuperar en algún momento, no es cierto. Cuando alguién muere dentro de tí, por más vivo que esté, ya solo forma parte de los cadáveres esquisitos que conservamos en nuestra memoria.

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Septiembre comenzó con una muerte. Espero que vaya mejorando con los días, como un racimo de uvas maduras. Eso o la putrefacción de los granos en la parra al final de mes. Y servir de alimento a los pájaros y los insectoe, que tampoco es un mal final para una fruta.

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Septiembre es el principio del año para mí. Así que me deseo un año, al menos, tan bueno como el anterior en cuanto a ciertas facetas vitales. Las otras, que sea lo que el destino tenga escrito para mí... ¡Qué remedio!

 

Palacio da Pena, Sintra. Portugal

 

El perro que miraba las estrellas

El perro que miraba las estrellas

Si me tuviese que quedar con una imagen, sólo con una, de él, sería la que formamos los dos en las suaves noches de verano. Si alguien nos mirase desde la puerta vería dos sombras a contra luz. Una cabeza canosa y casi siempre despeinada y una pequeña cabeza con dos orejas colgantes, terminadas en unos pelajos ondulados. Una mujer y un perro mirando las estrellas...

Estamos sentados en las escaleras que dan paso a nuestro hogar.  Los grillos nos amenizan los minutos últimos antes de irnos a la cama. Es una rutina que llevamos tiempo haciendo. Una mirada lenta a las estrellas. Cuando fumaba era el momento del último cigarro del día. Este verano ya no ha sido el momento de ese cigarro que tanto echo de menos sino el momento en que mi pequeño Urko y yo contemplábamos las estrellas.

Se sentaba a mi lado, casi siempre a mi izquierda. Me empujaba en el antebrazo para que lo levantase y le abrazase. Y así, con mi brazo sobre su rechoncha espalda, nuestras dos cabezas muy cercanas y nuestros ojos fijos en el cielo es como pasábamos los oscuros minutos antes de irnos juntos a dormir.

Supongo que miraba hacia arriba para averiguar que me llamaba tanto la atención de ese espacio vacío y negro que teníamos enfrente.

Llevo cuatro días sin hacerlo. No me siento en la escalera, no tengo fuerzas para hacerlo. Él ya no está conmigo. Subió, en un sueño, a una de esas estrellas que brillan en el cielo perruno. Porque hay un cielo para los perros, al igual que hay un cielo para los inocentes.

Su cuerpo descansa junto a la pequeña Comino, la perrita de mi amigo E. El hombre lo recogió de la calle y le dio una casa, comida y un poco de amor. Luego yo compré la casa y Urko se quedó conmigo, y le seguí dando comida y más amor. Él, a cambio, me dió montones de agujeros en la cerca, algún que otro disgusto por su instinto cazador y muchas, muchas miradas tristes de sus ojazos marrones. También me dió su amor incondicional.

In memoriam.

Del azul del mar

Del azul del mar

Del azul del mar

y del verde olivar,

del amarillo girasol

y del gris pedregal.

De los infinitos colores

que mis ojos ven

si con alguno me he de quedar,

que sea con el azul del mar.

Dejo los rojos para pasión ajena,

los verdes a la esperanza de otros,

los amarillos doy a la madurez del trigo

y con los violetas visto

las  silvestres flores.

Yo me quedo, como siempre,

con el azul del mar.

 

 

Amaneciendo

Amaneciendo

He intentado durante tres noches ver las lágrimas de San Lorenzo, sin conseguirlo. La luna lunera, las nubes y la mala suerte, supongo, me han dejado este año sin pedir mis deseos del mes de agosto. Deseos que nunca se han cumplido, pero sigo viva, lo que ya es un buen síntoma.

Las supersticiones son creencias de lo más curioso. Yo no suelo ser supersticiosa, pero ando tirando monedas a los pozos de los deseos, dando tres vueltas a una piedra y mirando al cielo para ver un grano de arena arder por la velocidad. Y voy y pido imposibles. ¡Y así cualquiera!

Los deseos deben ser acordes con el ritual que hay que llevar a cabo para conseguirlo. Por lo que a las estrellas fugaces les pido mis deseos más locos y estrambóticos. Por algo vienen de tan lejos y mueren de una forma tan espectacular.

Cuando me cruzo con un gato negro, que pasa de derecha a izquierda, mis deseos son pequeñitos, casi hasta los podría hacer realidad yo misma. A fin de cuentas un gato es algo que ha venido de detrás de la esquina y no se quemará de forma instantánea, deparando un espectáculo de luz y color tan hermoso como la fugaz estrella.

Lo único bueno que he sacado de estos tres días y sus madrugadas, han sido sensaciones en la piel. A saber: el frescor del amanecer, la limpieza del aire tras la tormenta del viernes y la luna, llena y hermosa, jugando con las nubes.

Y mis deseos siguen esperando un mejor momento para hacerse realidad... Tal vez lleguen cuando ya no los necesite, lo que sería una lástima, despues de tanto desear, no poder disfrutarlos al fin.

¿Qué qué deseo? Otro día, mi amigo, otro día te lo cuento...

De película II

De película II

Todos los que andábamos por allí terminamos felicitando, de una forma u otra, a la peculiar pareja y su perrilla. Fotos por todos los lados, pequeños comentarios de admiración, las manos formando esos símbolos que se entienden en todos los idiomas: pulgares arrbia, V de victoria, aplausos tímidos, frases timidas... 

Mirando las fotografías que les hice, hay dos que me hace pensar en las superaciones que el hombre es capaz de proponerse. Son dos planos de sus ojos, los del hombre y los de la mujer. Por separdo, pero ambos brillando en el gris día que les tocó para llegar al final de su viaje.

Yo andaba un poco mustia, precisamente por que llegar a Finisterra me traía recuerdos de otro viaje al mismo lugar en circunstancias muy diferentes, muchos más felices. Y mustia por los días grises que se acumulaban uno detrás de otro, sin opción al sol que hace brillar el verde hermoso de Galicia.

Pero llegar allí justo para ver la llegada de esa pareja helvética, con su vitalidad en el interior de los ojos y  en sus sonrisas, me hizo dar un giro a mis pensamientos. Un giro radical. ¡Yo también había hecho mi propio preriplo vital en estas tierras del fin del mundo!

A veces cuesta mucho convencerse de los cambios. Muchísimo... Sobre todo cuando el cambio es ajeno y no te gusta la dirección de dicho cambio. Pero tienes que asimilar que ya está, que no hay´más opción que asimilarlo. Y en este viaje, justo en este, la visión de dos ancianos (hace no mucho tiempo estas dos personas serían ya ancianas) cumpliendo un sueño me ha hecho reflexionar sobre los sueños y las barreras que nos ponemos para no cumplirlos. Pero también las barreras que derribamos para poder cumplirlos. 

Por mi parte, el año que viene, si nada lo impide, me espera el cap de Creus o... el de San Vicente, depende de por donde corra el viento cuando cargue el coche con Frodo y mis sueños...

La película, por si alguien aún no lo ha adivinado, es "Una historia verdadera", con una banda sonora maravillosa... y una historia conmovedora...

De película

De película

Estábamos ya junto al edificio del cabo Finisterre, junto a los inevitables puestecillos de recuerdos, cuando el sonido de un pequeño tractor me hizo girar la cabeza hacia la carretera. Una mujer subida en su bicicleta, blanca y limpísima seguia el lento paso del tractor, casi una simple mula mecánica.

El hombre hizo el gesto de la victoria cuando vió, entre los coches, la cruz que marca el final del camino. Y después de varias maniobras consiguió aparcar el tractorcillo y su remolque, entre las miradas curiosas de los que allí estábamos. Y entonces descubrí la parte trasera del remolque, donde rezaba, entre las señales de velocidad obligatoria y de peligro, vehículo lento, unas palabras que me dejaron con el alma en vilo hasta que las asimilé: Camino Jakobus 2011. Zurich (Suisse)  Cap Finisterre (Esp) 

Lo de el alma en vilo lo digo por que la dueña de la bicicleta y el conductor del tractor tendrían los sesenta bien cumplidos y los setente no andarían lejos...

Supuse, pues, que habían hecho el recorrido de más de tres mil kms. en esos vehículos. El orgullo de haber llegado se reflejaba en sus ojos, en la alegría de sus rostros, y en sus vehiculos y sus ropas limpios y relucientes, lo que implicaba una cuidadosa preparación para ese momento especial en un viaje ya muy especial de por sí:La llegada al final del camino, al final de la tierra... Toda una metáfora de vida y esfuerzo.

Y, lo que ya me arrugó el coranzón del todo fue algo que hizo el hombre nada más aparcar: metió medio cuerpo en el carromato y sacó una perrilla canela, de tamaño mediano, que comenzó a corretear alrededor de sus dueños... Una perrita suiza que no entiende de fronteras, de símbolos, de banderas. Una perrita que fue cogida en brazos por su dueña y premiada con besos por sus dueños, que de esa forma la felicitaron por haber soportado tan largo viaje y por haber conpartido con ellos una experiencia que supongo maravillosa.

Demasiadas causas

Demasiadas causas

Al hilo de lo que leo en el Habitat, pienso en la cantidad de causas solidarias por las que luchar. Y creo que hay demasiadas. Algo no funciona o funciona terriblemente mal. Este mundo tan complejo se nos escapa de las manos. Y hay tantas cosas por las que luchar y por las que lamentarse, que no me extraña que la mayoría de la gente del primer mundo haga oídos sordos y esconda la cabeza debajo de la arena para no ver, no oír, no decidir. Eso a pesar de que los medios de comunicación nos bombardean cada vez más con una vuelta al mundo en ochenta horrores cada vez que vemos un telediario o leemos un periódico.

Una de mis peques está ahora mismo al otro lado del mundo, justo a doce horas de distancia. En ese intermedio de tiempo que yo he vivido y ella va a vivir (paradojas de la vida y los husos horarios) la muerte nos puede acechar aquí o allí. Pero también la vida y los paisajes más hermosos del mundo. Da igual que sea el humilde camino bordeado de romero o los corales por los que se va a sumergir. El mundo es grande y cabe de todo en el. Esa es la grandeza y la miseria de todo esto, que mientras unos matan, otros mueren y algunos se estasían frente a una puesta de sol con cocotero turístico incluido.

¿Injusticia? Tal vez, pero del dinero de unos viven los otros. Y eso, nos guste o no, es el sistema que hemos creado. Habría que encontrar otro más justo, pero ¿donde, quíen, cómo...?

 

Miradas

Miradas

Sigue mi pequeño Urko mirándome desde su tratamiento. Aguanta como un Jabato. Paseamos de vez en cuando un poco. Intento que tenga hambre, pero no sirve de nada. Supongo que su estómago está más revuelto que una noria rota. Sin embargo el pueñetero anda cogiendo cualquier pajarillo de los que en esta época van cayendo de los nidos. Desde luego consigo que los suelte. Por él se los comería. Y me pillo un rebote de mucho cuidado.

Yo le hago comidas sabrosonas y él intenta zamparse picos, plumas y huesos. ¡Justo lo que necesita! ¡Lo que hace el instinto predador y cazador de este pequeño monstruo de ojos tristes y dulces!

 

Enfermedades y enfermeras

Enfermedades y enfermeras

Anda Urko devolviendo, sin comer, hecho un asquito, para que me voy a engañar. Pero resiste, lo que me plantea el dilema de esperar una recuperación a corto plazo. No soy buena enfermera, lo reconozco. No tengo paciencia para ver una mejoría. En teoría... porque en la práctica soy la mujer más pacienzuda del mundo. Sólo que pierdo los estribos (por dentro) y me desespero y me enfado (por dentro también)...

Urko no se rinde, no se queja. Incluso ladra cuando tiene que ladrar, lo que me indica que aún puede y quiere. Eso es lo que me impide finalizar de una vez con todo. Sé que pese a todo, va a salir de esta, solo tengo  darle tiempo.

Y, ¡qué narices!, que no me rindo hasta que se rinda él...

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Por otro lado ha llegado el verano de golpe y porrazo. Y eso da muchos ánimos.

Pue eso, que seguiré miarando sus ojos marrones llenos de amor...

Milteforan

Milteforan

Así, a lo bruto. Urko me ha dado otra vez un buen susto. Y esta vez va un poco más allá. De nuevo ha caído en las garras de la Lehismaniosis. Ha recaído en una enfermedad que le va a matar irremediablemente. Ahora son los riñones los afectados. Y eso ya es grave. Hasta ahora los análisis decían que se libraba de problemas renales o hepáticos, pero esta vez tiene afectados los riñones, con lo que el tratamiento además de ser más agresivo es carísimo.

Le miro esos ojos tristes y a la vez expresivos. Esos ojos que me miran suplicantes y con ternura. Avanza su pata delantera para tocarme, hunde su morro en mi pecho, me habla en su lenguaje de gruñidos y quejidos romos... Cuando Urko se siente enfermo despliega todo un lenguaje corporal que me derrumba. Y mira que me recomiendan un final rápido para él. Un final que nos ahorre disgustos, dolores y pequeñas molestias en forma de viajes frecuentes al veterinario, análisis y dinero, bastante dinero. Me preguntan por qué un mestizo tan feo, tan inútil, tan... se merece todo o que hago por él.

Pues no sé contestar, la verdad. Simplemente le quiero a mi lado. Al menos hasta que realmente la cosa no tenga solución. Hasta que vea que sufre, hasta que su vida no tenga sentido. Pero ¿cómo evaluar ese estado en el que pese más la balanza de la muerte que la de la vida? ¿Cómo decidir cuándo es el final...?

No lo sé. Al menos, en este momento lo tengo claro: una vez más lo voy a intentar... La próxima, ya veremos...

Panfleto

Panfleto

 

Dice el DRAE:

Panfleto:

1. m. Libelo difamatorio.

2. m. Opúsculo de carácter agresivo.

Hace cinco años compré un pequeño libro de esos que parecen condenados a desaparecer antes de haber nacido. Pero no, aún sigue vigente. Lo he recuperado de casa de M. Y, ¡oh, sorpresa! no sólo era mío sino que ya lo había leído. Pero claro eso no me extraña. Tenemos los libros en su casa o en la mía, como los buenos encuentros... Yo se los birlo y él me los quita. Luego vuelven, o no, al redil. A fin de cuentas ni M. ni yo nos los llevaremos a la tumba. Y nuestros hijos no podrán ya leer los cinco mil volúmenes que juntamos entre los dos ( o más, seguro)

Viene esto a que cuando se ha leído tanto y tan anarquicamente como yo leo, a veces tienes agradables sorpresas, como la del pequeño panfleto que he leido de una sentada una de estas tardes de lluvia.

 

No ha perdido ni un ápice de vigencia, es más, confirma los peores pronósticos, acierta de pleno en el futuro que relata respecto a la universidad y, en general, está totalmente vigente.

Os recomiendo su lectura, sobre todo a un tal Koldo, que me regala de vez en cuando perlas pedagógicas de lo más sabrosas... ¡Va por ud. amigo!



30 Kilómetros a la redonda III

30 Kilómetros a la redonda III

¿Se acuerda alguién ya de ellos?

Supongo que habrá que esperar a que se celebren seis meses, luego un año y después cinco...

Ayer comí unas cerezas rojas y brillantes. La tomé de mi pequeño cerezo, que después de cinco años ha conseguido darme una mínima cosecha de frutos dulces.

Esta primavera mis almendros no han podido reponerse de la poda de finales del invierno y apenas andan recuperándose de ella. Pero el cerezo, curiosamente ha tenido su primera cosecha, que yo sepa.

Y ese dulce y a la vez ácido sabor me ha recordad las flores que dieron origen a los frutos rojos y brillantes, que espero compartir con las urracas y los pequeños gorriones.

Los japoneses deben seguir luchando por recuperarse de aguas y plutonios. Pero ya no oigo nada en los medios. Esos medios que me intentan vender lo que ya no llega ni a ganga de mercadillo: las ideas de los políticos. Ellos siguen a lo suyo, gastando millones en una campaña tan absurda como innecesaria y mentirosa. Esto último no ha cambiado respecto a otras, claro.

Es la vida, que sigue su discurrir, absurda y hermosa, incomprensible y amante...